junio 29, 2006

"La señora Bertrand era una especie de verdulera sin educación, ni inteligencia, recelosa, charlatana, chismosa, aburrida y tonta como casi todas las mujeres de pueblo. Cada noche llevábamos regularmente todas sus cosas a la posada y dormíamos en la misma habitación. Llegamos a Lyon sin que nada nuevo nos ocurriera, pero durante los dos días que aquella mujer necesitaba para sus asuntos tuve en esta ciudad un encuentro singular; me paseaba por el muelle del Ródano con una de las muchachas de la posada a la que había rogado que me acompañara, cuando de pronto vi avanzar hacia mí al reverendo padre Antonin, ahora guardián de los recoletos, de aquella ciudad, verdugo de mi virginidad, y al que, como recordáis, señora, había conocido en el pequeño convento de Santa María del Bosque, al que me había llevado mi mala estrella. Antonin me abordó groseramente y me preguntó, aunque aquella sirvienta estaba adelante, si quería ir a verle a su nueva morada y allí renovar nuestros antiguos placeres."

El Marqués de Sade. Los infortunios de la virtud.

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